UN DISCO INSPIRADO EN LA NUMEROLOGIA
El cuarto disco de Tuto Petruzzi es un ritual. Hay celebración, desahogo y existencialismo en formato canción. Hay sudor brotando entre los riffs y preguntas germinando en cada uno de los versos. Hay una atmósfera mística y setentera que lo cubre todo y que continúa con el universo sonoro que el músico argentino plasmó en su anterior álbum, No estamos bien (2020), pero potenciado y llevado a un lugar personal y a la vez delirante, transparente y político.
En la tradición de la numerología, el número 33 es sinónimo de gratitud y amor. En la vida de Petruzzi, es la edad por la que transita y, además, el título de su nuevo disco, de exactos 33 minutos con 33 segundos de duración. La obra –publicada el día 3 del mes 3– es tan reflexiva y sugerente como su nombre; una declaración de principios en la que el compositor no duda dar rienda suelta a sus pensamientos sobre la humanidad y la poca sabiduría con la que estamos relacionándonos con la tierra, e incluso con nosotros mismos. Su mirada se vuelca en verborrágicos y urgentes versos que se asoman entre lisérgicos paisajes de space rock provenientes del monte cordobés.
Grabado entre julio de 2020 y febrero de 2021 en Molleja Molecular (Casa Grande) y Mocambo (Buenos Aires), el más reciente álbum del también músico de las bandas Alí y Biruta comienza con la premonitoria “Tira del cordel”, una especie de collage sonoro que combina rock psicodélico con folk y blues, y que funciona como anticipo de los diferentes recursos y estilos que el compositor desplegará a lo largo de su disco. La reiteración para crear ambientes hipnóticos, los pegadizos riffs de guitarras eléctricas, los efectos atmosféricos, las declamaciones, las melodías mántricas, el uso del spoken word y los pasajes instrumentales son acompañados por la rústica y temblorosa voz de Petruzzi que, ya sea cantando o recitando, nos recuerda tanto al Marc Bolan previo al glam, como a Devendra Banhart, Maxi Prietto e incluso a Atahualpa Yupanqui. Un mix humeante, profético y soñador que se fusiona con las voces de sus vecinos que entran y salen, aportando nuevos colores y momentos.
La estética de aire ancestral empapa toda la primera parte del disco. “Van y vendrán” y “Se esnifan el arcoíris” –tracks 2 y 3, respectivamente– continúan el viaje por la psicodelia y el blues para luego, de manera paulatina y espontánea, dar paso al funk que explota en “Fandaguey”, tema en el que escuchamos por primera vez la trompeta de Niomo Lobato vibrar junto a poderosos slaps y cantos en inglés, tipo góspel negro. Es aquí donde la necesidad del autor por crear comunidad y, desde allí, bailar, reflexionar y construir, queda en evidencia. Es “Fandaguey” una parada breve pero entusiasta en el set de Soul Train que marca el fin de la primera sección de 33 y el comienzo de la cara más introspectiva y reflexiva del álbum.
“En los sueños no hay comisarías” (¡qué gran título!) marca la mitad del disco. Con un clima cansino, de base sencilla y tempo lento, Tuto, en una especie de corriente de la conciencia, nos hace testigos de la versión más íntima de todo su relato. Es que toda ceremonia tiene su momento personal, ahí donde no podemos sino mirar hacia adentro y dialogar con nosotros mismos para tratar de sacar alguna conclusión que nos ayude a crear y creer en nuestro camino. “A menudo sin sentido pasan los días/Es que olvidás que gozas de la vida/Es el gran problema y la gran oportunidad”, canta y reflexiona, invitando a cuestionar. Así, su ofrenda –cada vez más personal– se expande con las folky “Aunque me pierda en el monte” y “Fumar y contemplar”, ambas optimistas y luminosas composiciones en las que somos inducidos al monte y al corazón de Petruzzi que, con ayuda de los guiños que hace a la lúcida locura de Miguel Abuelo, nos abre más y más el camino hacia la búsqueda de la libertad.
33 concluye con el atardecer imaginado en “Rueda circular”, un homenaje tanto al sonido del rock argentino de antaño como al folk estadounidense que atraviesa toda la discografía de Petruzzi. Entre rasguidos amistosos de fogata, pandereta y juegos de voces que comparten pensamientos que quedan dando vueltas en el aire, “Rueda circular” es un final que abraza y tira buenos deseos a la tierra, para que crezcan después de la lluvia, cuando sea que decidamos despejarnos.